25 años sin Drazen Petrovic

Para los aficionados del Real Madrid y también al baloncesto, cada vez que llega el 7 de junio es siempre un día triste porque se conmemora el fallecimiento de uno de los jugadores más geniales, polémicos pero a la vez maravillosos que ha dado el deporte de la canasta en su historia.

Me refiero a Drazen Petrovic, el genio de Sibenik, un jugador amado y odiado a partes iguales que pasó de convertirse en el azote más duro del madridismo, una especie de Satanás baloncestístico a una de los mejores jugadores que jamás vistió la camiseta blanca, además de uno de los jugadores más admirados, si no el que más, del continente.

Un día como hoy pero de hace 25 años ya, Drazen Petrovic encontraba la muerte en una carretera de Alemania, truncando una de las carreras más brillantes que recuerdo en un jugador de baloncesto, en una muerte que, como ocurre en casi todas las desgracias de este tipo, fue producto de la mala suerte y de un cúmulo de circunstancias.

Y es que Petrovic, que tenía pensado volver a su Croacia natal por avión, cambió a última hora de opinión y por acompañar a su novia, decidió viajar por carretera. Ni siquiera conducía él. Lo hacía su novia cuando un camión, que había tenido que cambiar su trayectoria para evitar otra colisión, impactó violentamente sobre el lado del acompañante.

Petrovic, que viajaba sin cinturón y dormía plácidamente, fue la única víctima mortal de aquel accidente ya que ni su novia ni la otra acompañante, la jugadora turca de baloncesto Hilal Ebedel sufrieron más que heridas de distinta consideración.

Aquel día, pues, el baloncesto volvía a morir para mí, cuando aún me estaba reponiendo de los varapalos que en mi afición al deporte de la canasta habían supuesto la muerte de Fernando Martín en 1989 y la retirada prematura de Magic Johnson en 1991, a causa del SIDA.

El fichaje de Petrovic por el Real Madrid, uno de los días más felices de mi vida

Recuerdo la alegría que sentí cuando un lejano 28 de octubre de 1988 se hacía pública la contratación del joven Drazen Petrovic por cuatro temporadas.

Con apenas 22 años y, sin embargo, una dilatada y exitosa carrera haciendo campeón de Europa a su equipo, la Cibona de Zagreb, llegaba al Real Madrid la figura más importante del basket continental de aquella década.

Un equipo, por aquel entonces perteneciente a la extinta Yugoslavia, que de su mano y de la de su hermano Alexander, habia hecho morder el polvo al Real Madrid apenas un año antes, desquiciando con su forma de jugar, diabólica, maravillosa y provocadora, a todo el equipo blanco, hasta hacer perder los nervios en más de una ocasión a un tipo como Juanma López Iturriaga, al que terminó por volver loco con sus diabluras en la pista.

Aquella operación, absolutamente relámpago y fraguada casi dos años antes, en octubre de 1986 tras un torneo de pretemporada en Puerto Real en el que jugaron, entre otros, la Cibona de Zagreb y el Real Madrid, fue una genialidad de la Dirección Deportiva del club, que firmó al jugador croata en apenas 15 días de negociación, ganando por la mano al Barça, que lo tenía atado pero con bastante menos prisa por firmar su contrato.

Eso sí, para hacerse con Petrovic, el equipo blanco se tuvo que “rascar el bolsillo” a base de bien ya que acabó desembolsando un precio importante para la época -unos 40, millones de pesetas de entonces, en torno a 250.000 euros- si bien, el resultado mereció y mucho la pena.

Desgraciadamente para el madridismo, tan solo pudimos disfrutar del croata una temporada. Petrovic llegó al Real Madrid en julio de 1988 ya que en 1989 marchó rumbo a la NBA. Aun así, el jugador croata nos dejó muestras de su gran genialidad, liderando al equipo blanco en una maravillosa temporada en lo deportivo.

Un año de liderazgo indiscutible en el Real Madrid

Su llegada al Real Madrid fue un auténtico cataclismo en el club blanco, que no le recibió en un primer momento de buen grado debido a los calientes enfrentamientos en el pasado cuando militaba en la Cibona de Zagreb.

De hecho, su fichaje provocó que uno de los jugadores más carismáticos y queridos del equipo como era Juanma López Iturriaga tuviese que abandonar el club blanco tras cinco años y su hasta ese momento líder indiscutible, Fernando Martín, tampoco viese con buenos ojos su llegada.

Sin embargo, no fueron necesarias más que unas pocas semanas para que Drazen Petrovic, hasta ese momento auténtica “bestia negra” del madridismo, se metiese en el bolsillo a toda la afición blanca.

Bastó con ver su memorable actuación en octubre de 1988 ante los Boston Celtics en aquella no menos memorable Final del Open McDonald’s y en la que el croata anotó 22 puntos ante mitos como Larry Bird, Kevin McHale o Robert Parish, para que incluso las “vacas sagradas” de aquel vestuario se acabaran rindiendo ante aquel chorro inagotable de talento.

Desgraciadamente, Petrovic no pudo completar el año con el título liguero, debido a un espectacular atraco en el quinto partido de la final ante el Barça en el que acabó jugando con cuatro jugadores con el “mítico” Neyro al silbato. Una de las mayores vergüenzas arbitrales que se recuerdan en el baloncesto español.

Además de la consecución de la Copa del Rey ante el Barça, con 27 puntos de Petrovic en la final, el equipo blanco obtuvo la Recopa de Europa ante el Snaidero de Caserta italiano, en la que ha sido sin duda una de las mejores y más emocionantes finales que se recuerdan en la historia del baloncesto europeo.

El equipo transalpino contaba en sus filas con otro de los mejores jugadores que han pisado suelo continental, el brasileño Oscar Schmidt, y entre él y Drazen Petrovic nos dejaron un espectáculo más propio de la NBA del showtime que del entonces arcaico basket europeo. Con una actuación estelar de Drazen Petrovic, que anotó 62 puntos, el Real Madrid contrarrestó los 44 de Schmidt, para acabar ganando el título en una agónica prórroga por 117 a 113.

Caída y auge en la NBA: De Portland a New Jersey

Sin embargo, acabada la temporada, Petrovic recibió la llamada de la NBA, una competición en la que, dicho sea de paso, estaba casi vedada la incorporación de jugadores de fuera de los EE.UU., en una concepción del baloncesto muy alejada entonces de lo que es ahora, donde hoy día es muy sencillo encontrar jugadores de distintas nacionalidades, incluso como titulares en sus equipos.

Todo lo contrario. Hablo de una época en la que Europa apenas era caladero de jugadores para la Liga profesional estadounidense y los pocos afortunados que tuvieron la oportunidad de dar el paso sin pasar por el necesario tamiz del basket universitario, Fernando Martín y el búlgaro Dimitri Glouckchov, pasaron de ser estrellas indiscutibles en el baloncesto europeo a meras comparsas en sus respectivos equipos (Portland Trail Blazers y Phoenix Suns, respectivamente).

Pero es que el caso de Petrovic era sumamente especial. Su genialidad y su talento con el balón eran tan descomunales que hasta la NBA se rindió ante él y, los Portland Trail Blazers, llamaron a su puerta y arrancaron al croata del Real Madrid, tras el pago de 1,5 millones de dólares en concepto de indemnización.

Y de la misma manera que el primer día que ví a Petrovic de blanco fue uno de los días más felices de mi vida como aficionado al Real Madrid de baloncesto, recuerdo con una pena extrema el día que se anunció que el croata volaba a Oregón para iniciar su aventura americana, dejando al equipo de Lolo Sáinz compuesto y sin novia.

Pero volviendo al tema, aun sabedor de la enorme difiicultad que le iba a suponer el salto a la NBA, Drazen Petrovic asumió el reto y supo aguantar el hecho -previsible por cierto- de sufrir en sus carnes la enorme diferencia existente entonces entre el baloncesto europeo y la NBA sin bajar la cabeza ni tampoco tirar la toalla, como sí hizo, por ejemplo, Fernando Martín un par de años antes, tras el fiasco de su primer y único año en la Liga profesional norteamericana.

Petrovic supo tener la paciencia adecuada para tragarse el “sapo” que supuso pasar de ser una estrella absoluta en Europa, donde jugaba prácticamente todos los minutos y llegó a promediar 30 puntos por partido, a ver cómo dejaba esas cifras en unos paupérrimos 12 minutos y 7,5 puntos por encuentro en su primer año en Portland.

Esas cifras bajaron aún más en su segunda temporada, hasta unos irrisorios 7,4 minutos y 4 puntos por partido, lo que motivó que el croata pidiese su salida de Portland, rumbo a los Nets de New Jersey en enero de 1991.

Y cuando todos daban por perdida su carrera en la NBA y su vuelta a Europa con el rabo entre las piernas, Drazen Petrovic, a base de trabajo, sacrificio y esfuerzo, empezó a encontrarse consigo mismo y ofreció lo mejor de su baloncesto en su nuevo destino.

El jugador croata sólo necesitó media temporada en New Jersey para demostrar el excelente jugador que era y despegar definitivamente. Convertido en uno de los mejores tiradores de la historia del equipo, Petrovic pasó a promediar casi 17 minutos y 12,6 puntos por partido en su primer año en los Nets, y acabar firmando unos increíbles 37 minutos y 22 puntos en la segunda de sus dos temporadas completas que disputó en la franquicia.

Con su peculiar estilo y su forma de jugar, Petrovic logró meterse en el bolsillo a críticos, compañeros y entrenadores, así como a la afición de New Jersey que lloró, como muchos otros, cuando se hizo pública su muerte, ocurrida como digo, un día como hoy, un lejano 7 de junio de 1993, en pleno apogeo de su carrera como jugador de la mejor Liga del mundo.

Su muerte, triste colofón a una carrera ascendente

Y es que, desgraciadamente para él y, cuando estaba de vacaciones en Alemania, la muerte se cruzó en su camino y acabó con una carrera que él mismo se había forjado a base de trabajo y sacrificio y que, viendo su meteórico ascenso, apuntaba a que habría sido histórica.

Así pues, tras su muerte se hizo público que, mientras él veraneaba en Europa, sus agentes estaban negociando una milmillonaria renovación con los Nets que le habrían convertido en el jugador europeo mejor pagado de la NBA, casi al nivel del mismísimo Michael Jordan.

De hecho, y con apenas dos años y medio en New Jersey, su huella en la franquicia norteamericana había sido de tal calibre que ese mismo año los Nets decidieron retirar su camiseta con el número 3 y en 2002 fue incluido en el Basketball Hall of Fame de la NBA.

Además, su estancia en la NBA supuso un antes y un después para el baloncesto internacional, ya que el desempeño y saber hacer de Petrovic acabó por abrir los ojos al baloncesto profesional norteamericano con respecto a los jugadores no estadounidenses.

De hecho, se puede decir que con él empezó todo porque, a partir de la consagración de Petrovic, el desembarco de jugadores europeos y, en definitiva, de otras nacionalidades en la NBA se amplió exponencialmente y de los apenas cuatro o cinco jugadores que militaban por aquel entonces en EE.UU., se ha pasado a los más de 40 que hay en la actualidad.

Por eso hoy, 25 años después de su desaparición, seguimos llorando su muerte los que tuvimos la inmensa fortuna de ver jugar al que, en mi opinión, ha sido junto a Arvydas Sabonis, el mejor jugador europeo de la historia, le sufrimos como rival, vibramos viéndole hacer diabluras con la camiseta del Real Madrid y, finalmente, disfrutamos como meros espectadores de la NBA.

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