Estoy seguro de que, de la misma forma que Don McLean le dedicó su maravillosa “American Pie” al día que según él, la música murió cuando un fatídico accidente de avión acabó con las vidas de Ritchie Valens, Buddy Holly y Big Bopper un lejano 3 de febrero de 1959, el mismo McLean habría compuesto una canción similar aquella no tan lejao 3 de diciembre de 1989. El día que, al menos para mí, murió si no todo, gran parte de mi afición por el baloncesto.
¿Y qué pasó aquel día que le hizo tan especial? Muy sencillo, fue el día que Fernando Martín, mi ídolo español de siempre en el basket, encontró la muerte en un estúpido accidente de tráfico en la M-30 madrileña, justo cuando iba al Palacio de los Deportes y no como jugador sino como espectador, ya que no iba a jugar ese partido, aquejado de unos fuertes dolores de espalda, su gran Talón de Aquiles.
Recuerdos de una triste tarde de domingo
Su tristemente famoso Lancia Thema 8.32 con motor Ferrari entraba demasiado rápido en la curva que coronaba la salida de la Avenida de América y enlazaba con la M-30 y volcaba, atravesando “cabeza abajo” varios carriles hasta impactar de forma brutal contra un coche que circulaba correctamente.
No tuvo ninguna opción. El golpe se produjo casi íntegramente sobre la zona del conductor y, más concretamente, sobre la cabeza del jugador, que falleció casi al instante. No tuvo ni un hueso roto, ni un triste moratón. Nada. Todas las lesiones, fatales, se produjeron en la cabeza.
Todavía recuerdo cómo me derrumbé sobre un sofá, absolutamente devastado, cuando a eso de las cinco de la tarde mi padre, que solía escuchar los carruseles deportivos de la época, me llamó a capítulo y me dijo emocionado: “Diego, se ha matado Fernando Martín“.
Es curioso que han pasado 30 años y aún siguen resonando esas palabras en mi cabeza con la misma fuerza de entonces y sigo sintiendo esa sensación de flojera en las piernas y aquel profundo escalofrío cada vez que pasan por mi mente esos terribles momentos.
Y es que a un tipo como él, que amaba la vida de la misma forma que la velocidad, la muerte se lo llevó con la misma rapidez que vivió y disfrutó de un deporte, al que llevó a otro nivel. Sus éxitos, su talento, su capacidad de sacrificio y de lucha ayudaron a que el baloncesto explotase en España y sentase las bases del exitoso periplo que el deporte de la canasta lleva años disfrutando en nuestro país.
Unas bases que siento que nunca han sido suficientemente reconocidas por nuestra generación actual.
Salvo el homenaje que Rudy Fernández le tributó en el Concurso de Mates de la NBA de 2009, cuando el mallorquín saltó a la cancha con la camiseta de Martín, por más que algún locutor despistado pensó que estaban homenajeando a Ricky Martin, no veo que haya un reconocimiento especial hacia la figura del desaparecido jugador madridista, pero esa es otra historia.
Una mochila llena de recuerdos
Mi intención al escribir estas letras no es glosar su interminable currículum, entre el que estaba esa inolvidable medalla de plata en las Olimpiadas de Los Angeles 1984. Ni siquiera destacar sus múltiples éxitos cosechados con la camiseta del Real Madrid .
Nada más lejos, ya que para eso se han escrito innumerables ríos de tinta. No. Sólo quiero compartir una mochila de recuerdos que el jugador madrileño llenó durante los primeros años de mi adolescencia y que, 30 años después, sigo llevando conmigo…
Recuerdo cómo lloré con aquel inolvidable “Informe Semanal” emitido seis días después de su fallecimiento y las emociones sentidas antes, durante y después de ese histórico partido ante los griegos del PAOK en el Palacio de los Deportes, disputado cuando tan solo habían transcurridos tres días del accidente.
Recuerdo como si fuese ayer mismo cómo hice mías las lágrimas de su hermano Antonio, derrumbándose en el banquillo casi al final, después de haber hecho uno de los mejores y más completos partidos de su carrera.
Como también recuerdo con emoción aquellas flores en el banquillo que se depositaron instantes antes de dar comienzo aquel encuentro sobre una silla vacía en la que sólo había una camiseta del Real Madrid con el 10 de Fernando.
Por aquella época yo apenas contaba con 19 años y era un fanático del baloncesto. Solía acudir con frecuencia al Palacio de los Deportes y era un asiduo de aquellos inolvidables torneos de Navidad. Y gran parte de aquella afición se la debía a él. A Fernando. A sus canastas casi imposibles ante jugadores que muchas veces le sacaban 10 y 15 centímetros, a sus duelos maravillosos con Audie Norris.
La NBA, un sueño hecho realidad
Pero sobre todo, por el hecho de que, en una época en la que soñar con la NBA era poco menos que ciencia-ficción, Fernando Martín desafió a todas las leyes de la lógica y consiguió lo que hasta ese momento sólo había logrado un europeo, como era cruzar el charco y fichar por los Portland Trail Blazers.
Es más, Martín podría haber sido el primero de haber aceptado la oferta de los Nets de New Jersey, que le habían seleccionado en el Draft para la temporada 1985/1986 y con los que llegó a probar en su campus veraniego.
Sin embargo, Martín finalmente no aceptó el contrato que le ofrecieron y decidió quedarse un año más en el Real Madrid, con la mente puesta además en el Mundobasket 1986 que se disputó en España.
El caso es que más pronto que tarde, Fernando Martín acabó por cumplir un sueño al alcance de muy pocos elegidos y que siempre según sus priopias palabras fue una experiencia gratificante por lo mucho que aprendió ahí. Eso sí, pagó un muy alto precio por aquel logro.
Por un lado, tuvo que tragarse el sapo que supuso pasar de ser la estrella de un equipo como el Real Madrid a ser prácticamente el décimo hombre del equipo y asumir el hecho de jugar poco menos que los “minutos de la basura”.
Pero es que, además, tuvo renunciar a la selección española dado que la normativa FIBA de la época imposibilitaba a todo jugador que militase -o hubiese militado- en la NBA a jugar con sus selecciones nacionales.
Lamentablemente para Martín, su gran sueño americano sólo duró un año y al acabar la temporada 1986/1987, recogió sus cosas y volvió al Real Madrid, cuya afición le recibió con los brazos abiertos.
Su vuelta coincidió con el fichaje más ilusionante de la historia del Real Madrid de baloncesto, al menos en mi opinión, como fue Drazen Petrovic, el mejor jugador europeo que vieron mis ojos y con el que, además de compartir trayectoria profesional, desgraciadamente compartió un final parecido tan solo cuatro años más tarde.
Finalmente, y tras 30 años de su muerte, se puede decir que la figura de Fernando Martín sigue más viva que nunca y que, a pesar de su temprana despedida, en la que se fue el jugador pero quedó el mito, su llama nunca se va a apagar, por muchos años que pasen.