En Greifswald, ciudad natal de Kroos, el pequeño Antonio empezó a ir desde bien pequeño a clases de arquitectura.
En las pistas de fútbol de su colegio, Kroos empezó a asimilar sin darse cuenta conceptos tan arquitectónicos como la perspectiva o el punto de fuga. Estos conceptos entraban en él a través de infinitos partidos de fútbol con sus amigos mientras comprendía como la perspectiva podía ayudar a reducir el fallo en un golpeo de balón, si antes mezclas adecuadamente la distancia del receptor del pase con la velocidad que recorre la pelota. Allí aprendió a pegarle con rosca al esférico, a sacar los corners y sobre todo a la constancia que debe tener todo arquitecto en su vida, para llegar un día a diseñar el centrocampo del mejor equipo del mundo.
Por entonces nadie pensaba que aquel pequeño estudiante de arquitectura, se convertiría en el próximo eslabón de la rubia dinastía teutona que el Madrid ha tenido a lo largo de su historia. Günter Netzer (1973-1976), Paul Breitner (1974-1977), Uli Stielike (1977-1985) y Bernd Schuster (1988-1990), hicieron que el fichaje de Kroos fuera tan bienvenido como lo fuera en su día el de Zidane. Por ello ahora que el mismo Zidane junta al preciso alemán con otros arquitectos precoces como Modric o Isco, podemos asegurar que nuestra casa descansa segura sobre los mejores cimientos futbolísticos que todo club sueña tener bajo sus suelos.
Y es que ahora cuando veo la foto que acompaña el encabezamiento de este artículo, veo en el palo del córner, en la altura Kroos y en el tejadillo de la tribuna del Signal Stadium, la perspectiva que Kroos aprendió un día en aquellos patios y que hace que los elementos puedan parecer gigantes cuando son simples y diminutos objetos.
Algo parecido fue lo que tuvo que vivir el niño Kroos en el frío Greifswald, cuando soñó convertir su pequeño presente en el gigantesco pasado que leyendas como Netzer, Breitner, Stielike o Schuster forjaron un día en el todopoderoso Real Madrid de Florentino.
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