Cuando fuimos los mejores

Ahora no podemos darnos cuenta. Ahora estamos en la cima del Everest, mirando hacia el camino y pensando en todo el sufrimiento que hemos pasado para llegar hasta aquí. Ahora miramos hacia abajo, radiantes y agotados desde la cima del rascacielos más alto del mundo y vemos a los demás como muñecos diminutos sin voz y sin importancia.

Ahora miramos atrás y vemos el reloj de Lisboa en el minuto 92 y el nudo en la garganta y el cielo enladrillado que se nos está cayendo encima porque vamos a perder la final contra nuestros hermanos pobres. Los segundos pasando como clavos de una cruz donde nos crucificaban para una infamia perpetua.

Muchos cerramos los ojos. Muchos nos tapamos los oídos porque no queríamos escuchar la sentencia final. Ese grito de “se acabooooó” mantenido en el aire por el odio de nuestros enemigos.

Pero sacó de esquina Modric, y Ramos se levantó como si la gravedad no fuera con el Madrid, como si el dios del viento le concediera un último soplido. Ramos giró su cabeza en un gesto técnico perfecto y la pelota salió dirigida hacia la esquina de la portería de Courtois. Pareció una eternidad. Los brazos larguísimos del belga no parecían dejar hueco en la portería. Pero sí había hueco aunque fuera minúsculo, y cuando la pelota superó al portero, solo hubo un grito blanco infinito victorioso.

Cuando fuimos los mejores

No habíamos ganado todavía, pero todos, blancos y rojiblancos, supimos que la suerte estaba echada. Los dioses ya habían tomado partido.

No era el Madrid de la séptima, hambriento y famélico tras atravesar el desierto de los treinta años. Pero era un Madrid herido en su confianza por las glorias del Barça de Messi, multiplicadas por árbitros sin escrúpulos y exageradas por bardos melifluos que querían acabar la Historia antes de tiempo y que usaban su lira para dispararnos flechas teñidas de veneno.

Aún tuvo el Madrid que superar una herida. El año siguiente la Juventus de un hijo edípico más llamado Morata nos dejó fuera en semifinales. Parecía que se avecinaba una final Madrid-Barça, la que siempre parece que va a llegar y nunca llega, el Ragnarok que pondrá fin a los tiempos. Mentiría si no dijera que algunos, pensando en la trayectoria y las ayudas, nos consolamos pensando en que nuestro miedo de perder una final con el Barça, se había alejado.

Después empezó el camino de la gloria. El sendero de luchas mortales sin derrotas pero con heridas. La lucha sin cuartel del gladiador al que el circo le escupe enemigos según acaba con los anteriores.

Quizá ahora parezca fácil, pero no lo fue. En muy pocos momentos estuvimos eliminados, pero casi nunca dejamos de sufrir. Volvimos a llegar a una final con el Atlético y les volvimos a demostrar que somos su pesadilla. Que si nos quieren odiar, nosotros les vamos a dar razones de sobra para ello.

Nos cargamos al City del ingeniero Pellegrini, al Bayern del inventor del fútbol, al Atleti del pueblo, a la Juventus de los mil candados, al PSG bañado en millones y petróleo, y al nuevo Bayern que era el viejo Bayern de nuestras pesadillas en blanco y negro.

Una y otra vez luchando sin red. Una y otra vez sabiendo que cada batalla podía ser la última. Una y otra vez despreciados por un mundo que no nos ama y nunca parece dispuesto a creer en nosotros.

Ahora no podemos darnos cuenta. Es imposible. Como aquel verano de tu juventud en que fuiste más tú mismo de lo que nunca hayas sido, y que solo ahora eres consciente de que nunca vas a repetir.

Dicen que no hay peor nostalgia que la de aquello que nunca viviste. Es mentira. Quien no lo vivió no puede echarlo tanto de menos. La peor nostalgia es la que lo que viviste sin saber que era irrepetible. La peor envidia es la envidia que sientes de lo que tú mismo fuiste.

No quiero agriarte la alegría. Al contrario. Quiero que goces de cada minuto que pasemos en la cima, porque no sabemos cuanto durará, porque sabemos que no durará. Porque un día, posiblemente pronto, algún equipo marcará más goles que nosotros y cuando el árbitro pite el final, no será el final del partido sino el final de nuestra época increíble. Después (ya conocemos la historia) vendrán años duros, dando palos de ciego para poder volver a Shangri-La, al lugar del que por mucho tiempo que lleves, siempre te estás yendo.

Entonces, solo entonces, nos acordaremos de ese 26 de mayo de 2018 en que estuvimos solos en la cima del mundo. Eufóricos, gloriosos, invencibles. Sentiremos nostalgia, y pensaremos en el momento que cantaba Loquillo: cuando fuimos los mejores.

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