Lo del domingo

A pesar de que el madridismo moderno está bastante acostumbrado a desenvolverse en la incertidumbre y a vivir inmerso en un vaivén emocional que roza la ciclotimia, aún no ha desarrollado -y esperemos que nunca lo haga- la capacidad de gestionar las humillaciones como si tal cosa.

Es por eso que, tras haber alcanzado el Nirvana la noche del PSG hace 10 días, hoy nos toca escuchar la cara B del disco, transformando con ello la euforia en rabia y el elogio desmedido en la más feroz crítica a la velocidad que Muhammad Ali encendía y apagaba la luz de su cuarto.

Tras noches como la del domingo, la frustración se apodera del aficionado y, como es comprensible, se hacen juicios de bar, en caliente. No es para menos, teniendo en cuenta que nos las hemos ingeniado para convertir un encuentro a priori intrascendente en la primera gran noche del Barça en años.

El sopapo que el Spotify Xavineta le propinó al actual líder del campeonato la noche del domingo ha resultado ser, por inesperado, la revelación que hacía falta a muchos para zurrarle la badana a los que consideran responsables del desastre. Hasta ahí, todo parece lógico.

El problema aparece cuando uno examina en conjunto las críticas y comprueba que la selección de objetivos que se hace, tanto desde la prensa como desde la masa social, no dirige el foco hacia la raíz del asunto. El rendimiento del equipo este año, especialmente en los partidos grandes -que, no nos engañemos, son los que hay que ganar en el Madrid- ha dejado bastante que desear y eso, lógicamente, pone en el disparadero al cuerpo técnico y a ciertos jugadores.

Lo que resulta imposible de entender es que la rotación de entrenadores y el descrédito de esos jugadores no redunde en miradas al palco, cuando es ahí donde se toman las decisiones. Es en la última planta donde, por un lado, se cesa a un entrenador dominante en las grandes citas en favor de uno completamente descatalogado en el fútbol de élite actual y, por otro, se fía la planificación deportiva a las liquidaciones de contratos y al fichaje de Mbappé. Sí, Ancelotti ha cometido muchos errores. Sí, errores recurrentes que descartan la teoría del mal día en la oficina y dejan a las claras que su nivel actual como técnico no alcanza para el Real.

Sí, todos los planteamientos esperpénticos que hemos visto este año llevan su firma. De acuerdo, pero ¿no vamos a preguntarnos nunca cómo ha llegado el ex de Everton y Napoli al banquillo estando en el ocaso de su carrera? ¿Por qué el club no ha sido capaz de atraer a ningún técnico del top 10 europeo?

¿Es normal que un Barcelona asfixiado por las deudas y traumatizado por la marcha de Messi
haya renovado su estructura deportiva en menos de un año y el Madrid lleve en transición desde 2018? Cuestiones como estas resultan, en mi opinión, más oportunas que los juicios inmediatos sobre lo ridículo que es poner a Modric de “9” o salir con tres centrales en la segunda parte sin haberlo ensayado todo el año. Hay un elefante en la habitación y, en general, parecemos empeñados en no verlo.

Desde el inicio del ciclo post-Cristiano, si bien es cierto que la labor liderada por la Presidencia en el terreno económico y financiero es sobresaliente, también lo es que la toma de decisiones estratégicas en la parcela deportiva durante estos cuatro años resulta decepcionante, cuanto menos.

Por unas cosas o por otras, el club no ha conseguido sobreponerse de forma clara a la marcha
del mejor jugador de su historia moderna, a pesar de la infinita entrega y rendimiento de figuras ya legendarias como Benzema, Modric o Zidane.

Fichajes de postín que no cuajan, renovaciones al alza de jugadores amortizados, luchas intestinas con entrenadores a través de periodistas afines… todo ello aderezado con una política de comunicación deficiente, que ha llevado, entre otros disparates, a presentar el proyecto más ambicioso de la historia del fútbol en el programa de Pedrerol.

Estos son los problemas fundamentales que nos han llevado a donde estamos ahora y no parece que se estén atajando con demasiado interés. Es más, parece que todos los esfuerzos se han dirigido a camuflarlos a través de campañas mediáticas y filtraciones a voceros, lo cual no parece que vaya a ser provechoso para nadie, más allá los miembros de la Junta Directiva.

Cabe, por tanto, hacer autocrítica y cuestionarse qué medidas de alto nivel deben tomarse para que lo del domingo no vuelva a suceder en el futuro. Se ha de determinar si el barco se mantiene en esta “deriva transicional” que el madridista medio ha comprado con la nariz tapada, consciente de la crisis provocada por la pandemia, o si, por el contrario, se depuran responsabilidades y se elabora un plan sólido para los próximos años. Plan que debe pasar por una reconstrucción deportiva profunda, que va de mucho más que de tortugas y vikingos.

El rumbo que se tome hoy marcará los resultados de los próximos años y, conociendo el orgullo innato del madridismo, la autocomplacencia que parece haberse instalado entre algunos de los peces gordos que rodean a Florentino jugará en su contra si los resultados no acompañan, quedando olvidado definitivamente el parapeto de “las 4 en 5 años” y, seguramente, tirando por tierra el legado que con tanto acierto ha logrado construir durante sus mandatos. No debería ser este el fin de la historia, por lo que urge analizar los errores groseros cometidos hasta ahora y darles solución cuanto antes. Con optimismo, pero también con firmeza.

Si se trabaja en eso fuera del campo, llegarán los resultados dentro de él, como ha sido siempre. Ahora cabeza abajo y a por lo que queda de temporada sin dudas y sin mirar atrás. Nuestra posición a estas alturas es envidiable y volver a hacer historia depende de nosotros. Confiemos

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