Demasiado grande para caer

No entienda el lector estas líneas como un intento tardío del que aquí suscribe de apuntarse al carro del llamado “Caso Negreira”, sino más bien la consecuencia lógica de una actitud expectante, derivada de su profesión, y de, no se puede negar, cierta naturaleza pejiguera. Lo cierto es que, es de Justicia reconocer los errores propios.

Años ha, cuando empecé en esta Santa Casa, y probablemente por mis planteamientos racionales en esta vida, dije que me era difícil creer en “Villaratos” y demás Teorías de la Conspiración; achacando los pésimos arbitrajes que sufría el entonces Real Madrid de Mourinho a la pésima preparación de los colegiados patrios (con la excepción de cierto trencilla navarro que nunca se molestó demasiado en ocultar la antipatía que le causaba el conjunto blanco y que, ni en esa época, entendía que siguiera encargado de impartir “justicia” en los encuentros que disputaban los de Concha Espina).

Obviamente, con el paso de los años fui moderando (o radicalizando, según se mire) mi postura. Ni siquiera la extracción de los globos oculares con sendas cucharillas de café de ciertos profesionales del ramo podía explicar su lamentable labor. Ingenuo de mí, suspiré aliviado con la marcha de Sánchez Arminio (“nada puede ser peor que lo de este tipo; deberíamos estar en Cibeles”, creo que llegué a soltar en un podcast) y con la llegada de la tecnología.

Con el VAR serían imposibles jugadas como el aquel penalti y expulsión de Ramos a Neymar en el Santiago Bernabéu o ese gol anulado a Bale en el Camp Nou.

¡Ja! En esto, he de reconocer que la Real Federación Española de Fútbol fue la mejor fábrica de conversos que ha dado este país desde tiempos del Santo Oficio. Para mí, en mi fuero interno, el último clavo en el ataúd de la transparencia de la competición fue cierto penalti no señalado a Vinicius en el transcurso de Real Madrid-Real Sociedad. Mi padre (QEPD) y yo nos miramos sin poder creer lo que pasaba: nosotros lo vimos, el árbitro lo vio y 60.000 espectadores en el campo y un puñado de millones por TV e internet lo vieron. Nada de nada.

 

Al final, los conflictos de intereses surgidos a raíz de las relaciones comerciales que existen entre un exfutbolista del FC Barcelona, la LFP y la RFEF son sólo bagatelas que venían a reforzar la idea ya constituida en mi cabeza.

¿Me pilla por sorpresa el caso Negreira? No. ¿Me lo creo? Tampoco. Demasiado bonito para ser cierto. ¿Preveo alguna consecuencia legal o deportiva? Ninguna. Cero. Nothing. Niente. Ничего. Elijan el idioma que quieran.

A raíz de la crisis bancaria de EEUU de 2008 (tan en boga mientras escribo estas líneas) se
acuñó el término “too big to fail” (demasiado grande para caer), con el fin de justificar el rescate de entidades financieras con dinero público.

“Demasiado grande para caer”, decían los analistas financieros. Si esta entidad cae, millones de personas perderán sus ahorros y eso será catastrófico para la economía (y más en contexto de crisis incipiente en el que miles de trabajadores perdían sus trabajos).

No quiero pecar de pesimista. Aunque el hecho objetivo es que el FC Barcelona (no sus presidentes, sino el FC Barcelona como persona jurídica) realizó pagos al vicepresidente del CTA. ¿Con qué objetivo?, eso queda al arbitrio del Juez, con el evidente conflicto de intereses que eso conlleva.

Sin embargo, no creo que, aun demostrándose la comisión de hechos ilícitos, vaya a pasar a nada al club de la Ciudad Condal: Desde un punto de vista meramente económico, es un activo demasiado valioso para el devaluado producto en el que Javier Tebas ha convertido la Liga de Fútbol Profesional.

El mismo Tebas es consciente de que, siendo los dos grandes del fútbol español los que traen un mínimo de atractivo internacional a la competición patria (de ahí su enconada oposición a la Superliga), cualquier castigo que se pueda imponer a los blaugranas supondrá la devaluación de un producto que, económicamente, ya está tocado, como demuestra el acuerdo con CVC (pan para hoy, hambre para mañana).

A la RFEF tampoco le puede interesar una condena del FC Barcelona. Aunque los hechos tuvieron lugar bajo la presidencia de Ángel Mª Villar, el daño reputacional sería inmenso, y más para un presidente, Luis Rubiales, del que ya hay dudas más que razonables.

Los árbitros no dependen de la LFP, pero eso le da igual a los operadores del mercado. Dependen de la RFEF, que vería, como institución, que ha habido alguien que habría estado haciendo presuntos pagos irregulares al único estamento, dentro de la perenne guerra que mantiene con la LFP, que controla directamente.

No hace falta decir que al club investigado por la Fiscalía tampoco le conviene su propia condena, por razones obvias. Por convenir, no le conviene ni al Gobierno (de uno u otro signo), que ve cómo sus reformas de la Ley del Deporte y del Código Penal suspenden el primer examen serio al que se enfrentan.

Fue bonito mientras duró, y me alegra que ya tengamos una certeza, más allá de la moral, de
la existencia del “Villarato”, pero desengañémonos: Too big to fail.

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